Fruta Madura
dimanche, novembre 23, 2003
 
Rosas

Y más o menos pasó que se sentó un poco chueca, aferrándose con las manos a los tubos mal pintados de ese juego de la feria. Hacía un viento helado y se le habían resecado las manos morenas que hervían en temblores. Tiritaba veloz, con un golpe seco de dientes, de esos tan blancos (castañuelas aperladas). Estaba segura que nadie mas oía. Un par de escalofríos recorrieron su cuerpo de arriba abajo y como rebotando en las uñas de los pies volvieron a subir, abarcándola y abrazándola y extendiéndose lentas. Se acomodó el suéter.
Serían las siete y media de un día cualquiera en diciembre, se entintaba el cielo de un azul oscuro, como pintura en agua por primera vez. La gente se apiñaba y brincaba como a borbotones entre juego y juego y todas las atracciones de la feria parecían derrumbarse ante el peso de la muchedumbre furiosa que exigía diversión, diversion vana como lo es un giro monótono y desenfrenado. Aun así esto era especial, sería culpa del tal san Juan. Se sintió mareada de ver las sillas voladoras.
En fin que Silvana estaba hastiada de la falsa alegría, del griterío obligado a fuerza de inercia y algodón de azúcar. Se hubiera ido lejos en ese momento a pintar, a leer, pero no había forma de que Juliancito bajara de tanto monstruo chirriante y luminoso. Cuando resolvió bajarse de los tubos para recoger al inquieto hermano de la rueda de la fortuna, Silvana ya estaba medio melancólica y medio cansada y no encontraba como evitarlo, y es que Silvana detesta los paquetes pesados como ése que traía ya tan de tarde y por lo tanto trató de sacudírselos. Deseaba que se borraran, por lo menos la melancolía, porque no era la primera vez que se enamoraba ni la primera que era tan tormentoso. Sabía a qué se atenía, porque para Silvana meterse en problemas era como respirar o vestirse por la mañana.
Silvana había de conformarse con visitas esporádicas y con pláticas triviales mientras que ella esperaba su pareja. Eso lo detestaba, y odiaba no poder llamarla a su casa para decirle cosas bonitas y de veras quererla y abrazarla. Verla en la escuela era una especie de alivio, sí, como anestesiar la herida, como extraerle los nervios por cortos periodos para después atascárselos de nuevo con un golpe certero que daba justo en el pecho y que hacía que le faltara el aire (porque realmente era como asfixiarse), como ponerla en letargo; porque estaba ahí, al lado de ella (rozandola y respirando el mismo aire). Silvana hubiera querido tomarle la mano o tocar su pierna y no sentir un pantalón, sino la piel, así, al descubierto: las faldas jamás han tapado tanto como un pantalón. Pero no podía, sería tan atrevido, ella tan cerrada; Silvana tan tímida, tan reservada e insegura. Mejor así, dejarlo en la imaginación, donde Silvana la abrazaba y Melina, inexplicablemente disfrutaba de las caricias, donde había una conexión que en la realidad no existía.
Silvana hubiera querido que Melina la invitara a comer o que tomara la iniciativa de ir a alguna parte e invitarla o que le contara pequeños secretos, una gota de confianza ¿sabes?, pero no había tal.
Melina era más bien fría y más bien brusca y Silvana tenía que conformarse con una mirada o una sonrisa fugaz o con voltear en media clase hacia la puerta, con el pretexto de voltear a ver a un conocido inexistente, y así, de reojo y con mucho cuidado, advertir su nuevo peinado o el lunar que misteriosamente había permanecido oculto ahí, detrás del cuello, aun después de tanta inspección y tanto examen. Pero lo más difícil no era eso, sino cuidar que ella no se diera cuenta, porque seria una pena que sospechara algo tan vergonzoso y a la vez verdadero, sería horrible (además de una crueldad) que a partir de esa sospecha bien fundada, Melina dejara de hablarle temiendo lo peor, porque hay que recordar que sólo eran un poco más que conocidas, extrañas en la línea tan abstracta donde se deja de ser extraño, rozandole la piel.
Silvana tomo a Julián del brazo y lo arrastró fuertemente cuando este se rehusó a volver a casa. Lo pellizcó de forma violenta, de manera que el reo no tuvo más remedio que aceptar y obedecer en silencio y con la cabeza baja, sintiéndose malquerido por su monstruosa hermana que había cambiado tanto desde que entró de nuevo a la escuela.
 

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May day, may day...! Wooshhh Para todo tipo de amenazas de muerte...


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