Belem 182
Es en esta entrada donde todo comienza. No hay otra forma de decirlo, porque todo puede empezar o terminar. Comienza o termina según se vea, según tu etapa de vida, el color de tus ojos... Es la calle de nombre tan sugestivo y el zaguán marrón, ese que esta ahí. Te lo señalo tan puntualmente porque sé que no es fácil de ver, he pasado un momento difícil buscándolo, porque según me dijeron, prefiere mantenerse en el anonimato. Total que está la calle vieja de Guadalajara, la banqueta sucia y cuarteada, y la puerta, esa altísima puerta que más bien es un portón. El portón parece una broma o un reto (también eso depende de ti...) y me resulta fascinante porque no se cansa de bailar. Pero no baila solo y no necesita bailar solo, gracias a que el naranjo le ha servido de pareja desde siempre, desde que le mundo es mundo en esa semilla que nadie podrá comprender jamás. Sobre todo bailan cuando llueve o cuando el viento se enoja, pero no hay que engañarnos, porque ellos siempre danzan al compás de pasos y ventas y aunque quisieran, nadie los puede perturbar. Quizás un poco cuando se abre la puerta, pero ellos saben que la interrupción es temporal, y son pacientes; los imperturbables, los casi muertos.
Ahora hay mas personajes: el portón, el naranjo, la banqueta sucia y el sol. Para pasar esos obstáculos hay que tomar valor y decidirse, abrir esa puerta enorme e internarse en lo desconocido. Empujas y un ruido endemoniado, ensordecedor. A la puerta le gusta el escándalo, está tan enamorada de la alharaca como del naranjo y no teme manifestarlo, he ahí su confesión indiscutible. Después del grito viene la oscuridad y un frío acogedor, el pasillo corto y las escaleras medianamente rojas. Una puerta más, una exquisitamente honesta y silenciosa que nos conduce a la dolorosamente desnuda estancia. Es pequeña, pero la considero el preámbulo perfecto para zonas mas privadas. La puerta pierde protagonismo cuando observas a la mujer que te da la bienvenida mientras busca con vehemencia algo en la lavadora, enmarcada en medias a rayas (el vínculo que se da) y justo enfrente un grupo de enigmáticas personas.
Le sigue la última puerta que conduce a mas puertas y que es casi tan egoísta como la primera. Entre las personas de la casa hay un acuerdo implícito que prohíbe abrir ese último portón. Nadie lo abre porque sigue el absurdo. Después de esa falible barrera aparece el desconcierto, detrás se esconde el sinsentido: una oda a lo abstracto. No se puede bajar las zapatillas de las señales ni desvestir a la virgen en pleno siglo XXI. Al pasar esa puerta te abres a otras dimensiones, te sumerges en sinuosas circunvoluciones. Deja de importar el sillón desvencijado o la cocina o el estudio que le sigue sistemáticamente. Te detienes y estás listo para probar otras cosas o ver otras vidas. El experimento sigue, con o sin el miedo y la calle con la casa, con el zaguán y el árbol, con el pasillo y las escaleras y la loca con medias en la lavadora y lo abstracto. Toda la metáfora de la vida entre puertas y zaguanes, los sillones sucios y lo que vi.