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Al despegar el avión todo cambia. Volar te ofrece un ángulo de la vida que raras veces podrás apreciar en otras circunstancias. Cuando vuelas, tu visión se ensancha, se agudiza, y la percepción se vuelve, si no engañosa, sí muy variante. Las montañas se ven pequeñitas, diminutos pellizcos que algún sinverguenza le hizo a la tierra. Una vez que estás por sobre todos puedes observar cómo corren los ríos, las afluentes caprichosas delatadas por esos relámpagos arbóreos corriendo infinitos, superponiéndose, formando deltas preciosas. En el aire percibirás detalles que no hay manera de ver de otra forma, como charcos de agua paradójicamente miniaturas o el rompecabezas absurdo en que hemos convertido nuestro suelo con sus piezas oro y esmeralda. Por supuesto, como todo rompecabezas, a éste le faltan algunas partes que alguien ha perdido o robado (una colina que no está más ahí), pero nadie lo nota.
A medida que el avión se eleva, sientes como tu poder aumenta paulatinamente, sientes volverte Dios sobre una maqueta. Hasta donde te alcanza la mirada todo es un preámbulo, un voceto de lo que será, de manera que puedes quitar la hilera de casas que nunca te gustó, remover unas colinas muy desagradables (esas que parecen pezones de mujer exhibisionista) o recorrer la playa un poquito más al oeste. Desde el aire nada es lo que parece y uno se confunde fácilmente. Tú que pensabas que el metro era un gran gusano naranja. Y una vez estuve a punto de reportar mi descubrimiento: una nueva especie de víbora, para luego descubrir que eso que serpenteaba graciosamente era la autopista internacional, mas tarde llegué a la conclusión de que fue bueno haberme dado cuenta a tiempo antes de llamar a los taxónomos y pasar la peor vergüenza zoológica de mi vida. De manera que volar también conduce al ridículo, al llanto enardecido, la alegría invasora, el poder avasallador.
Volando siento que estar solo es más que bueno, cosa que no me sucede en otras ubicaciones. En el aire no pienso en todo lo malo que hay abajo... a excepción , quizás, de esa fábrica. Cuando vuelo como nieve, busco a Oliveira, huelo canela, adivino figurillas y caminos; y a mí me encanta adivinar.