Fruta Madura
jeudi, juillet 07, 2005
mercredi, juillet 06, 2005
Un plagio es un plagio
Tú te piensas que en tu ciudad hace calor, y te entiendo, querés sentirte lo más, pero yo estoy aquí y he de decirte que lo cálido no existe, es más bien un piano al que se le aplasta tecla por tecla, pero se rechaza a liberar algún sonido.
Fíjate que el cielo está bien azul y no hay nubes, no hay una sola nube. Vas por la carretera y ves a los caballitos al puro rayo del sol; pobres, pobres caballos derretidos. Acá la carne es de cera, la roca es de cera, los huesos son de cera. El aire caliente te corre por el cuello como escorpiones que aguijonean sin ser provocados, y te preguntas si habrá alguna manera de quitarlos mientras el veneno te corre en gotas gordas. Si me lo preguntas (y sé que no me lo estás preguntando), me parece que el sol se siente una especie de Chuarceneguer o Bruce Willis que acribilla todo sin distinción, y una vez saciado de rociar hervores, se aleja satisfecho con la panza llena de agua hurtada, todo el líquido que nos robó a punta de cañón y asfalto encendido: un criminal térmico. Aunque pareciera que todo se consume por fuerza propia, en realidad es él, es él que está sediento, tritura charcos y bebe espejos y es tan astuto que hace parecer que no tiene la culpa. Para mí, a simple vista, los cristales se van mordisqueando la espalda, sin ayuda de nadie se rebanan los talones y los tobillos, y por el muñón brota a chorros el hidrógeno. Pero no, es el sol cometiendo sus fechorías, un ruin, un patán de cabellera rubia y miradas que evaporan.
Se evaporan como el recuerdo. El de los lugareños se presta especialmente bien a ser evaporado. Apenas salen un poco y lo han olvidado todo. No saben más que aquí hace calor y que es aburrido. Se bajan del avión, sienten la muralla solar que se erige frente a ellos con violencia y ya no quieren. Buscan como locos un rewind. Lloran y patalean como niños, se tumban ahogados en lágrimas. No entienden porqué está la ciudad tan en luto deslumbrante, porque sudan y se aburren; se les olvida Plaza Zaragoza y Bahía de Kino. Miran desesperanzados hacia atrás, un atrás que sigue siendo enfrente, pelón y ralo. Conocen otros aires mas satisfactorios y al volver no se sienten bien. Nada les interesa ya, sólo quieren Tlaquepaque y Zócalo Capitalino. Nunca habían probado el huitlacoche y la torta ahogada, y ahora no los pueden olvidar.
Tú te piensas que en tu ciudad hace calor, y te entiendo, querés sentirte lo más, pero yo estoy aquí y he de decirte que lo cálido no existe, es más bien un piano al que se le aplasta tecla por tecla, pero se rechaza a liberar algún sonido.
Fíjate que el cielo está bien azul y no hay nubes, no hay una sola nube. Vas por la carretera y ves a los caballitos al puro rayo del sol; pobres, pobres caballos derretidos. Acá la carne es de cera, la roca es de cera, los huesos son de cera. El aire caliente te corre por el cuello como escorpiones que aguijonean sin ser provocados, y te preguntas si habrá alguna manera de quitarlos mientras el veneno te corre en gotas gordas. Si me lo preguntas (y sé que no me lo estás preguntando), me parece que el sol se siente una especie de Chuarceneguer o Bruce Willis que acribilla todo sin distinción, y una vez saciado de rociar hervores, se aleja satisfecho con la panza llena de agua hurtada, todo el líquido que nos robó a punta de cañón y asfalto encendido: un criminal térmico. Aunque pareciera que todo se consume por fuerza propia, en realidad es él, es él que está sediento, tritura charcos y bebe espejos y es tan astuto que hace parecer que no tiene la culpa. Para mí, a simple vista, los cristales se van mordisqueando la espalda, sin ayuda de nadie se rebanan los talones y los tobillos, y por el muñón brota a chorros el hidrógeno. Pero no, es el sol cometiendo sus fechorías, un ruin, un patán de cabellera rubia y miradas que evaporan.
Se evaporan como el recuerdo. El de los lugareños se presta especialmente bien a ser evaporado. Apenas salen un poco y lo han olvidado todo. No saben más que aquí hace calor y que es aburrido. Se bajan del avión, sienten la muralla solar que se erige frente a ellos con violencia y ya no quieren. Buscan como locos un rewind. Lloran y patalean como niños, se tumban ahogados en lágrimas. No entienden porqué está la ciudad tan en luto deslumbrante, porque sudan y se aburren; se les olvida Plaza Zaragoza y Bahía de Kino. Miran desesperanzados hacia atrás, un atrás que sigue siendo enfrente, pelón y ralo. Conocen otros aires mas satisfactorios y al volver no se sienten bien. Nada les interesa ya, sólo quieren Tlaquepaque y Zócalo Capitalino. Nunca habían probado el huitlacoche y la torta ahogada, y ahora no los pueden olvidar.
