Fruta Madura
mercredi, mars 07, 2007
 
Can

Pues a mí me parece muy bien que controlen minuciosamente a los perros.
Una vez, hace mucho tiempo, un niño iba caminando con su tía y el hijo de su tía a comprar unos tacos de cabeza para soportar la implacable noche del verano sonorense.
Apenas habían salido de casa, el niño divisó en la acera de enfrente, un enorme animal de la familia de los cánidos: pinto a negro y café, con fauces enormes, 18 ojos y zancada de 7 leguas.
El niño no podía dar marcha atrás porque venía acompañado, de manera que deliberadamente se alejó lo más posible. Algo olía mal: a nervios, a grasa densa…
En un abrir y cerrar de ojos, el perro echó a correr en dirección al pequeño contingentoide de tres, y cual si fuese un misil teledirigido, asestó un apabullante golpe al nene en el lado derecho de la parte más baja de la espalda. El niño ya había sentido la mortífera colisión antes de sentir la mortífera colisión, antes de ver cómo le cercenaban el glúteo, cómo le arrancaban la nalga a mordidas.
Los familiares eran unos hijos de puta. La tía se reía del niño, el hijo de la tía se reía del niño, y el niño tenía un monstruo sanguinario prendido en el culo. Me sé bien la historia porque ese niño soy yo.
De esa experiencia no me quedó nada más que el recuerdo, una cicatriz en la nalga, y un odio malsano a los perros. No soporto a Lassie ni a Scooby-Doo ni a Don Gato… ni a Flipper tampoco.

Moraleja: A veces la libertad es peligrosa.
 
dimanche, mars 04, 2007
 
Petrarca
El sol está radiante por la rue de la Paix y camino suave, como flotando, como llevado por vapor. La sensación de risa se escurre por el rostro, se me desborda una felicidad y una frescura tersa hasta los dedos de los pies. No hay nada que necesite más que tomar un café y sentarme en el taburete color vino del Chez vous con el olor del amaretto y la miel. Todo el camino es joyas y flores y sol como fuegos artificiales que se quiebran en el viento. La expectativa es rica, el recorrido viscoso y hay una sensación de que algo delicioso va a pasar.
Doblo en la rue Crochard y sigo derecho, sin importar que sea la ruta larga porque estoy disfrutando desde ya. Sólo son cien metros más con letreros de neón y los autos que pasan, y las chicas que se les vuela el sombrero en una actitud deliberadamente picara y atrayente. En la rue des Moreaus, de nuevo doblo. Y está ella ahí, sentada, sola y sentada a escasos doce pasos de mí y con mueca de esperar, de incógnita impaciente, disfrutando el mismo café que yo, con la misma cadencia y el mismo desinterés. Primero miras de reojo, te interrogas, te sorprendes. Ella llama tu atención, te aísla como un imán. Pasa largo rato hasta que cruzamos la primer mirada y nos sonreímos mutuamente y ampliamente y amablemente. Tú observas y ella lee, claro que son maneras individuales de interesarse. Por segunda vez hacemos contacto, mas allá del vínculo permanente que hemos establecido. Por fin entiendes ese contrato silencioso del que tanto te han hablado. Comprendes sus movimientos, su cruce de piernas, su forma de sorber, de tomarse el cabello, su forma de vestir, su forma de rascarse el cuello. Sabes que ella te entiende igual.
Decido acercarme porque es imposible no hacerlo, una decisión de una opción. Precisas tu proceder, los gestos y las palabras y te levantas de la silla. Camino con total precisión y voy disecando el cielo broncíneo que la rodea. Pongo una mano en la mesa la otra en el respaldo y me inclino a murmurar algo que le va a agradar. Espero a que sacudas afirmativamente la cabeza porque entonces ya eres mía. No hay caminos equivocados, cualquier decisión la va a llevar a tus brazos. Ahora puedo verla de pies a cabeza sin disimular. Puedo embeberme en sus muslos, confirmar que tiene todo perfecto: la frente es suave y fresca como te gusta, su boca es perfecta, sus ojos son exactos, sus brazos impecables, sus tobillos inauditos.
La conversación fluye como seda, como manantial. No hay tema que no sea idóneo, no hay palabras que puedan sacarnos de esta inercia. Tu ríes, yo sorbo, tu respingas, yo me pongo la mano sobre el muslo; y seguimos danzando como nunca pensé hacerlo con nadie. Esto es armonía, tú y yo somos armonía. Comenzamos con un irlandés, seguimos con el coñac, alrededor de las seis de la tarde un baylis en las rocas y cuando el sol ya se había metido hacía largo tiempo pedimos un ruso blanco que olía bien.
Ella y tú a dos dientes. No hay distancia, no hay mesas ni dinero. Ni fricción. La gente se sorprende de nosotros, de nuestra lubricación rigurosa. No me importa nada de ti excepto tú misma, no te conozco y lo sé todo. Hasta ahora estás en la oscuridad completa, eres una imagen sin nombre, un espejo ameno sin referencias, exenta de límites.
-Excusez-moi, mademoiselle, comment est-ce que vous vous appelez?
-Je m’appelle Petrarca, cher.
-No, pues a la verga.
 

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May day, may day...! Wooshhh Para todo tipo de amenazas de muerte...


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